Marear una perdiz supone arduo esfuerzo: hay que perseguirla, cansarla y desorientarla hasta que, perdidas todas sus referencias, sea presa fácil del cazador. O como dice la jota, se vaya a morir al soto. La perdiz navarra debe tener al acecho grandes predadores, habida cuenta su desarbolada memoria y sus flagrantes olvidos. La pobre ya no recuerda ni a los hijos que mejor le cantaron.
Mi abuelo Cirilo sin embargo recordaba perfectamente cómo, en 1934, Ramón Bengaray alzaba su voz de barítono en la tapia del cementerio de mi pueblo, para despedir a Gregorio Intxauspe, mítico republicano tafallés, y de paso glosar una Navarra diferente. Luego, en el ambiente fogoso del Centro Republicano, volvía a escucharse su poderosa voz en una jota que bordaba: “En los montes de Navarra / tengo plantada un flor / el viento la bambolea / desde aquí siento el olor”.
Guiado por los recuerdos de mi abuelo seguí el rastro de Bengaray hasta encontrar en el exilio venezolano a uno de sus hijos. Por él supe que su padre había nacido en Garralda en 1896 y que en los cuarenta años que le dejaron vivir dejó una profunda huella que algunos se encargaron de borrar con esmero. De obrero impresor pasó a ser empresario de la mejor imprenta de Pamplona donde se imprimía desde el diario Democracia hasta Bertso paperak en vascuence. Fue fundador y presidente de la Peña Los Irunshemes; directivo de Osasuna; fundador del Club Larraina; jugador de fútbol y pelotari; jotero muy celebrado y amigo de Raimundo Lanas; solista del Orfeón Pamplonés; presidente de Los Amigos del Arte; actor de zarzuelas; articulista de prensa y padre ejemplar de una familia de cinco hijos.
Además tuvo tiempo de ser un entregado sindicalista y significado dirigente político. Ya en 1919 le condenaron a ocho años de cárcel por escribir un artículo en la prensa que consideraron injurioso para la Monarquía. Fue indultado y en 1933 y 1936 encabeza la candidatura republicana al Congreso. Finalmente fue nombrado presidente de Izquierda Republicana y del Frente Popular Navarro.
Partidario acérrimo de la unidad vasca, es el primer firmante del documento enviado el 15 de junio de 1936 por todos los integrantes del Frente Popular al Gobierno español. En él acusaban a las derechas navarras de boicotear el Estatuto Vasco y la incorporación de Navarra al mismo, y solicitaban que se hiciera todo lo posible para favorecer un estatuto único para las cuatro provincias como garantía de democratización social. Un mes más tarde de enviar el documento, que mostraba de forma rotunda la actitud de las izquierdas navarras, se produjo el golpe militar.
Tuvo que huir. Hostigado y perdido por los montes de Navarra que tanto cantó, le dieron caza, como a una perdiz. Tres días después era fusilado. Confiscaron su empresa, aventaron por el mundo a su familia y, sobre todo, lo olvidaron. En la memoria colectiva de la Navarra actual todavía no cabe gente como Ramón Bengaray Zabalza.
Jose Mari Esparza Zabalegi (En la revista Plaza Nueva, de Tudela)