La naturaleza de cualquier régimen al que apoyen los EE. UU. en el mundo árabe es secundaria en comparación con el control. Y a los súbditos se les ignora hasta que rompen sus cadenas.
“Arde el mundo árabe”, informaba Al Yasira la semana pasada, mientras por toda la región los aliados occidentales “pierden rápidamente influencia”. La onda de choque la puso en movimiento el espectacular levantamiento de Túnez que expulsó a un dictador respaldado por Occidente, resonando especialmente en Egipto, donde los manifestantes arrollaron a la brutal policía de un dictador.
Los observadores lo han comparado al derrocamiento de los dominios rusos en 1989, pero existen importantes diferencias. Crucial es que no hay un Mijail Gorbachov entre las grandes potencias que apoyan a los dictadores árabes. Más bien, Washington y sus aliados se atienen al principio bien asentado de que la democracia resulta aceptable sólo en la medida en que se ajuste a los objetivos estratégicos y económicos: está bien para territorio enemigo (hasta cierto punto), pero no, por favor, en nuestro patio, a menos que quede adecuadamente domesticada. (klik egin-ver más)
Noam Chomsky (Sin Permiso)