La concejal no dimite, y hace bien, porque dice
que no ha hecho mal a nadie ni infringido ley alguna, que sí, que es verdad,
con las leyes en la mano no lo ha hecho, pero que de lo que se trata es de la
defensa radical de nuestra privacidad, ese espacio donde hacemos lo que nos
viene en gana con ese límite que las leyes penales nos imponen. Nuestra
privacidad es ya casi la única afirmación verdadera de nosotros mismos que nos
queda.
"He
decidido que no voy a dimitir. Hay cosas mucho peores en política y lo que yo
hice no es ningún delito. ¿En qué he perjudicado yo a nadie?", dice
Olvido Hormigos con valentía. Pero no sé si es del todo cierto que no haya
hecho daño ni perjudicado a nadie. Si por mal y perjuicio entendemos el
desenmascarar hipocresías puritanas, pamemas de la doble moral y dejar en
cueros vivos a quienes la linchan, por ser quien es en privado, lo ha hecho y
mucho, y me alegro. Repugnante puritanismo, repugnantes normas de la manada,
rebabas de una sexualidad aherrojada, culpable, sombría. Los husmeasábanas
se sienten agredidos, se sienten puros, convenientes, como hay que ser y la
muta de la caza se organiza enseguida. Los agresores se convierten en víctimas
(el milagro nacional por cierto) y tienen que dar caza a quien les ha ofendido:
la concejal. Une mucho la muta, el olor del acoso, la vista de la presa. El
nosotros sale muy fortalecido y el verbo de los cazadores se enciende, aunque
sean ladrones, especuladores, abusivos, tramposos en sus relaciones,
infractores natos, timadores, chanchulleros... Me conozco a esa sucia tropa,
una limosnilla de penitencia y vuelta la burra al trigo, pero ay, el sexo, ay.
Robar, bien, disfrutar del sexo, eso no, ni tú ni nadie.
¿Qué es un puritano? Alguien que se pone enfermo
si se entera de que otro, en algún remoto lugar, puede ser ligeramente dichoso.
Algo así. Lo decía H.L. Mencken... ¿Quién?... Ná, uno, un periodista,
de antes, eh, de antes, americano... Ah, bueno.
Miguel Sánchez-Ostiz, en Diario de Noticias