El anuncio de la renuncia de Yolanda Barcina a encabezar la lista de UPN en mayo de 2015 ha pillado desprevenida a la clase política, pero no tiene nada de sorprendente. Dejando de lado especulaciones sobre su futuro personal, con toda probabilidad alejado de Navarra, la noticia de esta noche tiene dos posibles explicaciones:
Consciente del desprestigio de su imagen, y conociendo las pésimas expectativas electorales que reflejará pronto el navarrómetro, Barcina abandona el barco y con la soberbia que le caracteriza deja plantado a su partido.
O bien, lo que parece más verosímil, la presión interna de un grupo muy influyente en UPN y la de otros poderes fácticos, como el Diario de Navarra, el clan de los corellanos con el empresario Antonio Catalán al frente, o la CEN, UGT y CCOO para poder seguir repartiéndose los dineros públicos, ha forzado la renuncia para crear las condiciones de reeditar un marco de coincidencia marca UPSN. Ya había adelantado Juan Cruz Alli que la decisión de cambiar las caras en los dos partidos y recuperar el entendimiento estaba tomada hace tiempo y no en Pamplona.
Poco importa cuál de las dos hipótesis se acerca más a la realidad, porque el resultado es el mismo. En ningún ámbito político habrá sido acogida la noticia con mayor satisfacción que en la propia UPN, con la excepción de los torpes que habían ligado su futuro al de la amortizada presidenta. Los regionalistas se libran de un pesado lastre y se sitúan en mejores condiciones para intentar la única vía razonablemente útil para seguir en el poder, eliminado el pretexto de la incompatibilidad personal del PSN con Barcina. Coincidencias como las de reforma fiscal, la posición ante la reestructuración de la deuda de Osasuna, la complicidad en el ayuntamiento de la Cendea de Zizur o las mismas declaraciones de María Chivite, acogiendo el abandono como "noticia positiva para Navarra", constituyen evidencias claras de la posibilidad real de un nuevo pacto, con formas inciertas pero efectos conocidos.
Praxku