Difícilmente sabremos si los ímprobos y continuados esfuerzos que UPN ha realizado durante los últimos meses por presentar las elecciones del 24 de mayo como un plebiscito por la defensa del mantenimiento de Navarra como comunidad han servido finalmente para mitigar o para precipitar más la pérdida de su cuantioso poder electoral. Sí sabemos que en cualquier caso ha podido más la percepción social del agotamiento de un modelo de gobierno y que una parte sustancial del electorado ha optado por priorizar la necesidad de la regeneración política frente a la pulsión identitaria, cualquiera que esta fuese. Pero también es cierto que estas elecciones, muy particularmente por ser elecciones forales con su especifidad definitoria sobre la orientación de la política pública más próxima, tenían también una dimensión identitaria. Dimensión que hay que analizar con cautelas, porque los electores votan para asignar responsabilidades de gestión, y en esta ocasión más que en otras algunos han podido recurrir a pautas de transversalidad, dejando en un segundo plano adscripciones tradicionales y barreras identitarias hasta ahora infranqueables. No obstante, en una comunidad atravesada por una compleja pluralidad de identidades, los datos electorales proporcionan siempre un elemento irrechazable de trabajo, un sólido indicio para el examen de la evolución de los sentimientos de pertenencia.
Praxku, 2-7-2015