El 1 de noviembre de 1977, tras celebrar en el cementerio la misa de Todos los Santos, Javier Vesperinas, párroco de Marcilla (Navarra), se marchó a casa. Al cabo de un rato recibió la visita de una persona que tenía un negocio en el pueblo para pedirle cambio. El sacerdote aprovechó para preguntarle algo que le venía intrigando desde hacía unos años: ¿por qué varios vecinos, incluido el que ahora le visitaba, a pesar de acudir asiduamente a las misas que él oficiaba, nunca estaban presentes en la festividad que se conmemoraba ese día? El visitante le respondió: “es que ese día, Don Javier, nosotros vamos a dejar flores donde están nuestros muertos”. Vesperinas se quedó perplejo y reclamó una explicación. Ese día se enteró, con estupefacción, de que muchas personas del pueblo no habían podido enterrar en el cementerio a sus familiares asesinados por los franquistas en la Guerra Civil. Por esa razón, cada 1 de noviembre, en lugar de acudir a la misa que se celebraba en el cementerio de Marcilla, se desplazaban a las fosas comunes en las que yacían los restos de los suyos. (klik egin-ver más)
Paloma Aguilar, en eldiario.es