Comenta un tal Pachi Mendiburu en redes sociales que el
“gora Anaita, además de artificial, fue una mala elección como grito de guerra”, añadiendo a continuación que “
el aúpa Anaita es más tradicional, más del deporte, es más fuerte, más popular y, además de navarro, es también vasco. Y no se presta a confusión”.
En lugar de censurar a un funcionario público que, si se le presume un mínimo de inteligencia al subinspector Perdiguero, publicó un tuit malintencionado que pretendía difundir la falsa noticia de que el Anaita coreaba un gora ETA, el autor prefirió replicar a miembros del club críticos con el policía nacional. La tesis que plantea es que los responsables de esta polémica son los jugadores por elegir un grito de guerra equivocado. Algo inédito esta fiscalización del uso del gora, y sorprendente el escrutinio moral de un grito de guerra bajo la premisa de aquello que es más “tradicional” y “navarro”. La tesorería de las esencias populares ya tiene representante.
Sin embargo, la perla la deja para el final cuando concluye que “un grupo modelo, como es el Anaita, sabrá rectificar sin esperar a que Helvetia, el patrocinador, tome cartas en el asunto”. Tras esto solo queda aplaudir al autor y decirle ¡Aúpa tú!. O mejor: ¡olé tus huevos!. Aunque quizás esta expresión no sea muy navarra, espero que me disculpen. Resulta que el patrocinador debería actuar si el equipo no cambia el gora por el aúpa, u otro término que no dé lugar a terribles ilusiones auditivas. Admirable paternalismo e indulgencia para con el hijo, al que el autor perdona su pecado siempre que reflexione y no reincida.
Lo cierto es que no hacen falta fenómenos que den lugar a la confusión para perfilar cierta inquina al gora. Más de una persona permanece convaleciente por la úlcera que les provocó ese “gora Tudela” y “gora Santa Ana” que se gritó antes del lanzamiento del chupinazo en la capital ribera. ¡Qué vil atrevimiento! La quema de Edurne León, la voz sacrílega e infiel, habría sido un hermoso acto paralelo al Pobre de mí. Cual bruja de Zugarramurdi.
Por supuesto, el subinspector difamador no ha borrado el tuit ni ha pedido disculpas, y en lugar de una sanción quizás haya recibido múltiples apoyos. Quién sabe si incluso alguna medalla al mérito. Algo de esperar. Lo que es más difícil de entender es que el susodicho encuentre justificación en nuestra tierra. Es preocupante que sigan existiendo personajes que, disfrazados de cierta intelectualidad, sean incapaces de censurar estas maniobras pueriles de manipulación y claro interés espurio. Más aún viniendo de un funcionario público al que pagamos todos.
Jon Guergué San Miguel, en Diario de Noticias