Cuando Vox salte mañana la banca electoral, los demás empezarán a culpabilizar al de enfrente por su laxitud. Demasiado tarde para rasgarse las vestiduras. El mal ya se ha inoculado para gangrenar peligrosamente la esencia democrática. El lobo del populismo patriótico viene desaforado a desarmar el arco parlamentario con la fuerza propia que le aportan el hastío por la rebeldía interminable de Catalunya, la añoranza franquista del Valle de los Caídos, la rojigualda anudada al pecho, las mentiras sobre extranjeros violadores y la devoción por el centralismo unionista. Ahora bien, lo hace avalado por millones de votos libres que, ante todo, reflejan una tipología de sociedad preñada del aroma de la acera, de las barras de bar y con una edad media muy lejos del bigote falangista. La cruda realidad de esa porción de España cansada de los discursos vacuos, de la mano floja, de los intereses creados, de la irresponsable incapacidad de los partidos mayoritarios y adicta a los vientos de intolerancia que soplan fuera. Por ahí ha penetrado avasallador la peculiar ultraderecha de Abascal para condicionar, en apenas un abrir y cerrar de ojos, los poderosos gobiernos de Andalucía -violencia familiar-y Madrid -ilegalizar partidos separatistas-, desmoronar a Ciudadanos hasta su patética inanición y amortiguar la rehabilitación de Casado.
Vox provoca vértigo ante el escrutinio del 10-N. Su pronosticada escalada -¿llegará a 60 diputados?- , alentada por una campaña sin nadie que le parara los pies, descorazona a la izquierda, enturbia Génova y, sobre todo, encoge la estabilidad para la siguiente legislatura en uno de los momentos más intempestivos. Frente a semejante desolación, solo queda la esperanza de que las desbordantes previsiones demoscópicas de Vox -además de abarrotar mítines- respondan a una maquiavélica estrategia para que los indecisos reaccionen ante el espanto. De momento, hasta el voto por correo se ha desanimado.
En la víspera del desenlace, el PSOE se tapa la cara tras el estéril debate a cinco, el patinazo fiscal de Sánchez, el campo de minas catalán y las últimas cifras económicas. Sabe que todo pende de un hilo cuando jamás se lo pudo imaginar. Ya empiezan a salir de las madrigueras los innumerables enemigos de Iván Redondo. Aquel desdén del candidato socialista hacia el pacto de izquierdas le podría salir demasiado caro. Incluso hasta el precio de vender su alma al diablo para seguir gobernando. Otro vértigo.
Juan Mari Gastaca, en Grupo Noticias