El debate que precedió a la aprobación de la nueva Ley de Símbolos, la semana pasada en el Parlamento Foral no fue más que pura escenificación. Pocas veces se ha visto a los portavoces parlamentarios tan poco sinceros en sus reproches y en sus elogios. Tan poco creíbles en sus indignaciones y en sus alegrías. Nadie dijo nada que no fuera para su respectiva parroquia. Un gobierno en el que uno de los partidos que lo sustenta se alinea con la oposición para votar una ley mientras que el resto lo hace en contra es, por definición, un gobierno con los días contados en los usos parlamentarios europeos. La prueba de la irrelevancia de lo aprobado la semana pasada en la cámara foral es que el asunto no ha provocado una sola grieta en el ejecutivo que preside María Chivite. No será una Ley de Símbolos previamente descafeinada de su vertiente sancionadora el artefacto que haga estallar el gobierno de coalición entre PSN, Geroa Bai y Podemos. Al contrario, mucho más problemática para su continuidad puede acabar resultando la política que, en relación con el idioma, lleva su consejero de Educación, Carlos Gimeno. La negativa a que el colegio público de Castejón pueda salirse del PAI. El portazo al modelo en euskera en Mendigorria, aún a costa de poner en peligro la propia continuidad de la escuela. Los planes para el nuevo centro de Lezkairu, que excluyen el modelo D. Son demasiadas decisiones en poco tiempo tomadas en un sentido indistinguible de lo que pudiera haber hecho un consejero de cualquiera de los partidos que conforman Navarra Suma. El PSN debería darse cuenta de que si hay algo en el que el gobierno de Chivite se juega su credibilidad es en el campo de la política lingüística. Y eso va más allá de incrementar las partidas presupuestarias de Euskarabidea. Aunque tampoco esté mal.
Aingeru Epaltza, en Diario de Noticias