Navarra fue tierra de castillos desde sus orígenes hasta su conquista en el año 1512. Fue entonces, durante el proceso de ocupación del Reino, cuando el cardenal Cisneros ordenó el derrumbe de todos los castillos que pudieran suponer un peligro estratégico y servir además, como recuerdo de la independencia del Reino.
El coronel Villalba, encargado de la demolición de los castillos, escribió lo siguiente tras ejecutar las ordenes del cardenal:. No conformes con la destrucción de las fortalezas, y vista la poca fidelidad de los navarros a la autoridad castellana, se decidió también el derrocamiento de las murallas de las villas del Reino. Los argumentos del coronel Villalba, más allá de las excusas, son definitivos:.
De esta forma, hace quinientos años, fueron demolidos uno por uno los castillos de Navarra, quedando sus restos abandonados a la codicia de los que vieron en esas piedras una cantera gratuita para sus construcciones. En realidad, estas muestras de identidad navarra fueron arrasadas por dos veces: no sólo con el desmoche inicial, sino con la posterior actitud de las autoridades que permitieron en muchos casos el derrumbe final de dichos edificios.
Hoy, gran parte de la gente desconoce la cantidad de fortalezas que poseía el reino de Navarra, que, aunque parezca mentira, superaba el centenar. Más de cien castillos que defendÌan al Reino de sus enemigos externos, y de los que apenas sobreviven cuatro: a) el castillo de Javier, desmochado en 1516, pero que mantiene sus dependencias gracias a su condición de lugar de nacimiento de Francisco Javier, y a pesar de la iglesia que se le añadió en su día y que deforma toda la estructura militar del recinto; b) el palacio de Olite, que sufrió un terrible abandono hasta su reconstrucción en el siglo XIX; c) el castillo de Marcilla, que implora en la actualidad una restauración a fondo de toda su estructura; y d) la antigua fortaleza de San Esteban de Deyo, hoy Monjardín.De los demás castillos no quedan sino algunos cimientos o el dato toponímico del lugar donde estaban asentados.
Los pocos que aún mantienen algunos restos sufren el abandono de las instituciones, dado que no ven en ellos más que a unos restos inútiles, centrando sus esfuerzos en excavaciones arqueológicas políticamente más correctas.Es por este abandono, y por el paso injusto de la Historia, que era necesario hacer un trabajo que levantara la memoria de lo que los conquistadores se apresuraron en destruir. No fueron simples edificios lo que derrumbaron, sino parte de la conciencia de un pueblo que trata de recuperar.Sin embargo, no hay un mensaje subversivo, ni un enfoque político; es la vergüenza que todos debemos compartir por igual. La vergüenza del olvido de una Navarra conquistada, que gracias a estas defensas y a quienes lucharon en ellas, algunos disfrutan a su costa de las prebendas correspondientes.
(Iñaki Sagredo, Navarra: Castillos que defendieron el Reino)
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