Portugal ha sido contemplado por los españoles como la hija pródiga que se resiste a volver a la casa materna. En justo castigo los españoles la han ignorado y nunca ha dejado de ser ese familiar díscolo del que debemos olvidarnos en tanto no rectifique su disidencia. A parte de la localización de Oporto, la misma Lisboa y la obligada Fátima -por aquello de las apariciones- la imagen de lo portugués ha estado siempre en la oscuridad para el imaginario español. Forzoso ha sido, sin embargo, conocer su independencia de Castilla con Alfonso Enriques, Aljubarrota, la conquista por parte del duque de Alba y el reconocimiento de la monarquía de Felipe II, así como la nueva independencia en 1640. Por otros acontecimientos se pasa como de puntillas, tal el tratado de Tordesillas y la línea de demarcación… Pero la frustración obliga. De ahí el ridículo episodio de la guerra de las naranjas, que llevó a Godoy a arrebatar a los portugueses Olivenza, en actuación de firmeza que repetiría con menos suerte su émulo, Federico Trillo, con su isla de Perejil; o más tarde, la propuesta de 1913 hecha por el rey español Alfonso XIII a franceses e ingleses de colaborar en la guerra con ellos, a cambio de Portugal. (klik egin-ver más)
Mikel Sorauren (Nabarralde)
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