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jueves, 8 de octubre de 2009

LIZARRAKO ARBOLA

Hay que tenerle tirria a lo vasco para hacer lo que le hicieron el fin de semana pasado al retoño del árbol de Gernika que estaba en el patio de la Casa de Cultura Fray Diego de Estella: talarlo y tirarlo al Ega.

Si es lo que parece, por Lizarraldea -ay, perdón, Tierra Estella- alguien sigue más que empeñado en arrancar literalmente de raíz cualquier evocación de la cultura vasca. Le tenía ganas el aficionado aizkolari: aprovechando el sábado, escaló el andamio de la obra contigua, taló a hachazos el roble y se lo llevó por donde vino para después arrojarlo al río. Tuviera el retoño cuatro o diez años, fuera o no el sustituto del que se plantó en Los Llanos -talado también a los pocos días-, descendiera o no del auténtico Gernikako Arbola, símbolo de las libertades y los fueros de los vascos, sobreviviente o no del bombardeo fascista sobre la ciudad en 1937, el suceso tiene aún más recorrido: el que baja a los abismos intentando medir la profundidad del odio de algunos a todo lo que huela a vasco. En este caso, el autor de la tala le ha dado al hacha con las vísceras, con lo mismo que escriben muchos en los foros de los diarios locales; otros, más finos, las camuflan de historia en sus textos desde lo alto del gallinero foral y, a otros, les rezuma la bilis por las costuras de sus trajes de políticos liberales.

No comparto esa adoración por ciertos símbolos patrios, pero me ofenden las faltas de respeto a las creencias ajenas y, por más vueltas que le doy a mi noria, no le encuentro la gracia al graciosillo. En el rumiar de este tema se me juntan las semillas que guarda el concejal no adscrito Jaime Garín, con el sofocón de Mariví Ott, la técnica de cultura que encontró el devoro y con el aniversario del asesinato de Fortunato Aguirre.

¿En qué clase de corral quieren hacernos vivir algunos? Robles, espigas, hongos, pimientos, que nos dejen a cada uno tener el pasto que queramos y darle el valor que nos plazca. Los demás, que tenemos que convivir deportivamente con toda la simbología del nacionalismo rojigualda, no arrancamos los madroños porque sean el emblema de Madrid y, además, seguimos respetando a las cabras, que no tienen la culpa de ser la mascota de la Legión Española.
Pili Yoldi (Diario de Noticias)

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