En el sitio que trabajé durante muchos años, era leyenda el culo tieso y firme de una compañera que iba andando a todos los sitios, jamás cogía un ascensor y el coche o el autobús sólo los usaba para desplazamientos largos. En sus recorridos habituales por la ciudad se servía de un par de piernas bien entrenadas y de una precisión en el cálculo del tiempo que luego le eximía de engorrosas y estresantes sesiones de gimnasio. De paso que mantenía el tejido adiposo, ese que cobra vida propia a partir de una cierta edad, a raya, contribuía a la sostenibilidad del planeta. Qué bonita palabra esta y qué banalizada. Todo es sostenible, degradable, reciclal, medioambiental, bio, verde, etc, aunque luego las actuaciones del día a día sean una bofetada y un insulto a todo esto. No hay más que darse una vuelta por los alrededores de nuestro pueblo. Yo que he pateado todos sus caminos, conocido todos sus recodos, identificado todas sus flores, árboles y arbustos, distinguido el trinar de sus pájaros, las huellas de sus animales, disfrutado de cada una de sus estaciones, ya no puedo caminar por él sin que mi corazón se encoja y mi raciocinio se rebele ante tanto desastre. (klik egin-ver más)
Margarita Otazu (La Voz de la Merindad)
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