Cuando acabe lo que
tenemos entre manos, alguien debería hincarle el diente a lo de la
Audiencia Nacional. Heredera del Tribunal de Orden Público de la
dictadura (surgió, sin solución de continuidad, el mismo día en el que
desaparecía el tristemente famoso TOP), por sus aceras y pasillos no hay
semana que no circule algún vasco. Habrá quien lo haga por razones
justificadas -no diré que no- pero a la obligatoriedad de acudir allí a
declarar le precede toda clase de temores y malos augurios. No en vano,
se entra por la puerta blindada por vaya usted a saber qué acusación y
se sale (si es que se sale) empurado hasta las cachas por mor de alguna
interpretación caprichosa de la ley, sospechas infundadas convertidas en
norma o por la teoría del "todo es ETA" que tan buenos frutos y
titulares dio al juez estrella Baltasar Garzón. El
mismo hombre que ha sido elevado a los altares de la izquierda del
imperio por la memoria histórica y por Pinochet (que vale, que muy
bien), en su inconmensurable ego ha dejado como legado para la práctica
jurídica que todo aquel que lo parece es sospechoso y, si no, colabora
con las pistolas. Y aunque luego la cosa se quede en nada. Como ha
ocurrido con las hermanas Bruño, empresarias oriotarras víctimas por partida doble por sufrir el mal llamado impuesto revolucionario
(chantaje puro y duro) y por el susodicho juez que las encarceló por
estar financiando a ETA. Surrealista. Parece que el Supremo ha decidido
absolverlas (será por pura vergüenza) pero nadie les va a compensar por
todo lo que han pasado. Vaya usted ahora a pedirle cuentas al rey. O
mejor dicho, a Garzón.
A.Zugasti (en Noticias de Gipuzkoa)
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