"Que me olviden", dicen que dijo el memorable Sanz, como quien dedica una displicente peineta verbal al Parlamento. Este otoño-invierno hacen furor las peinetas. Sean las peinetas gestuales de Bárcenas o las verbales de Sanz. Por si eso no fuera suficiente, tras la fumata bianca del Vaticano seguramente volverá la peineta de Cospedal. No sé qué dirán en el Parlamento, pero por estos barrios nada nos agradaría más que olvidar a Sanz. Olvidar a Sanz e incluso a su ilustre primo, Sanz Barea, el eterno director general de lo que toque: esa eminencia a la que en esta legislatura le ha tocado en suerte llevarse por delante al personal de las cocinas hospitalarias. Estaría bien olvidar a Sanz y, sin salir del círculo del Corella, al Alberto Catalán que ayer pidió a los parados respeto, consideración: eso mismo que el recortador Gobierno de UPN no está derrochando entre los que sufren toda la crudeza del desempleo. Olvidemos, si podemos, a ese otro Catalán, también de Corella -otro amigo de Sanz-, que tras el mandato en la Can del más locuaz que elocuente Goñi es junto a Barcina copropietario de oficinas bancarias. Nada sería más grato que olvidar a Sanz y a todo su clan. Pero olvidar a Sanz cuesta. Cuesta, no solo porque tengamos hipoteca para rato con los peajes en la sombra que sus faraónicas obras públicas nos dejaron, sino porque hemos de mantener su canonjía de Audenesa, la que Goñi mediante le permite dedicarse a sus bodegas y consejos de administración. Olvidar a Sanz podría ser el punto único de todo un programa político. Un solo punto consistente en varias cosas obvias: poner todas las canonjías de designación política, empezando por Audenasa, en manos de funcionarios capaces; deshacer todo lo mal hecho por el primo o los continuadores de Sanz, como la privatización de las cocinas de los hospitales o la muy costosa expansión de la universidad privada por terrenos públicos… Cosas así. Una tarea ingente resumida en un único enunciado: olvidar a Sanz.
Javier Eder, en Diario de Noticias
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