La vida de Adèle sigue el esquema clásico de cualquier historia de amor que hayamos visto ya mil veces: chica conoce –en este caso- chica, chica se enamora, chica sufre los conflictos del amor… y ya no cuento más. La historia es muy simple, su argumento nada novedoso. Entonces ¿Por qué la crítica mundial la ha colmado con todo tipo de parabienes y por qué ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes?
Porque es una obra luminosa, deslumbrante, de inconmensurable belleza, de dolorosa profundidad; una película que toca, que hiere, que envuelve al espectador, que lo arrastra hacia su propio interior; que conmueve (en el mejor sentido de la palabra), que te implica, que habla sobre ti aunque no seas ni una chica, ni joven, ni lesbiana. Porque posee la esencia de las grandes películas: su atemporalidad y su impersonalidad; sirve para que cualquiera de los espectadores se sienta representado sean cuales sean sus circunstancias vitales; porque, como las obras de arte que tienen sentido, habla sobre nosotros, nos rodea, nos entiende, nos estudia, nos explica, nos responde. (klik egin-ver más)
Luis Monzón, en El Sillón Informativo
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