Los platos rotos de la crisis política y económica de Brasil los ha pagado la presidenta suspendida, Dilma Rousseff, y los van a pagar también los más pobres.
Nadie ha podido demostrar que Rousseff se haya metido dinero en el bolsillo o que tenga cuentas en el extranjero; algo de lo que, por cierto, no pueden presumir la mitad de los diputados que han votado contra Dilma, que sí tienen asuntos pendientes con la justicia por presuntos delitos económicos.
Pero muchos dirigentes del partido de Rousseff, el Partido de los Trabajadores, sí se han visto envueltos en escándalos relacionados con Petrobras, la empresa petrolera de Brasil.
La oposición ha aprovechado esa circunstancia para activar el mecanismo del juicio político, que ya se usó antes, hace 20 años, contra el entonces presidente Collor de Melo. Acusan a Rousseff de maquillar las cuentas públicas para tapar agujeros.
La presidenta, en efecto, ha mantenido los programas de ayuda social que han permitido a Brasil éxitos espectaculares en la lucha contra la pobreza. En los 13 años en los que han gobernado Lula da Silva y Dilma Rousseff el número de pobres en Brasil se ha reducido a la mitad. Pues eso se acabó.
Lo primero que quiere hacer el nuevo presidente, Michel Temer, es reducir el gasto social y, por tanto, los programas de lucha contra la pobreza.
Jesús Torquemada, en EITB
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