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sábado, 2 de septiembre de 2017

PONER BIEN EL SUJETO

Muchas veces advierto a mis alumnos de Historia sobre la importancia de poner en sus redacciones el sujeto adecuado. No hacerlo siempre trae confusiones, tergiversaciones, ruidos lingüísticos, que en nada ayudan a la construcción del pensamiento crítico, uno de los objetivos fundamentales de la instrucción y de la educación, entre las que -creo- no existen las distancias que algunos afirman.
El uso del impersonal es una de esas manipulaciones. Su efecto más inmediato: la ocultación del sujeto que realiza la acción. Tengo prohibido a mis alumnos usar el impersonal: en historia, les digo, es obligado identificar un sujeto. Un par de ejemplos para aclararlo. Desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), que habla de tolerancia y de libertad religiosa, los manuales de Historia de inspiración católica o los manuales de Religión acuden frecuentemente al impersonal (”Se atacó a las aljamas de judíos”), como si no hubiera nadie detrás de esas acciones: “la animadversión popular” contra los judíos resulta ser un fenómeno espontáneo. A los autores de esos manuales, les resulta insoportable hablar de la semilla antisemita que fue sembrando la Iglesia a lo largo de los siglos, y que dio como fruto estallidos de violencia que habitualmente coincidían con crisis coyunturales de distinto tipo. Debe de resultarles insoportable también la imagen de sacerdotes histéricos dirigiendo a masas también histéricas en los pogromos medievales. Los manuales integristas del pasado justificaban la intransigencia, los actuales ocultan a sus protagonistas. Por la misma razón, es incorrecta la visión de nuestra última guerra civil como “locura colectiva”, o como algo “inevitable”: estas expresiones diluyen el sujeto y la responsabilidad del golpe de estado de 1936, la auténtica causa de esa guerra.  (klik egin-ver más)
Emilio Castillejo Cambra (en Diario de Noticias)

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