Estuvimos en Moscú en el centenario de la Revolución, otero mágico para recordar qué supuso aquella gesta para los pobres del mundo, qué queda de ella y qué futuro nos espera.
La manifestación que otrora congregara millones de personas apenas reunió tres mil almas cándidas, la mitad extranjeras. Pasamos dos veces por detectores y caminamos por aceras valladas entre manadas de policías. No fue eso lo más desgarrador, sino escuchar desde la tribuna, frente a la Plaza Roja, una sola reivindicación: ¡el derecho a trabajar ocho horas diarias! Lo logrado hace cien años y reducido a siete horas en 1936 (junto a la jubilación a los 60 años, 55 las mujeres y 50 en casos especiales, como tener 5 hijos), hoy día es un sueño en la selva del mercado laboral. (klik egin-ver más)
Jose Mari Esparza
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