Pueblos y ciudades de Euskal Herria están ya inmersos en el carnaval, unos días de celebración a lo grande, de excesos, de transgresión. No han sido pocos los intentos por ponerle límites, pero todos ellos han fracasado.
Ahora parece que el objetivo es el carnaval rural navarro por la utilización de animales muertos. No es la primera vez que me refiero en estas lineas al choque entre la mentalidad urbana y la rural, a esa manía que tenemos de imponer a los demás nuestro punto de vista «progresista» y «cívico».
No hace falta ser muy avezado para comprender que si en las ciudades tenemos todo tipo de ropajes y materiales para preparar nuestros disfraces, los habitantes del entorno rural utilizan aquello que tienen a mano como pieles, esqueletos y cuernos de animal, incluso vísceras para asustar a los espectadores o sangre para embadurnarse las vestiduras.
Es muy comprensible que a la gente que vive en la ciudad le resulten desagradables esas escenas, como la exhibición de zorros y jabalíes muertos. Pero esto último tiene una explicación que muchos desconocen, nos guste o no nos guste. En un entorno rural caracterizado por la lucha entre el humano y el animal salvaje, la caza de estos animales ha sido siempre motivo de tranquilidad para sus habitantes, por eso se enviaba a los niños a los caseríos a enseñar la pieza capturada y, de paso, recibir propina.
De acuerdo que las tradiciones deben adaptarse a los tiempos, como ha sucedido por ejemplo con los gansos de Lekeitio, pero no ataquemos nuestras tradiciones con visiones tan simplistas. Y sobre todo, no tratemos de imponer prohibiciones en carnaval.
Joseba Salbador, en GARA
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