La declaración final de ETA dada a conocer en el día de ayer pone fin a un periodo histórico oscuro, marcado por la violencia y el dolor. Un periodo en el que la convivencia pacífica quedó rota en nuestra sociedad por quienes acudieron a la violencia y practicaron el terrorismo. Y precisamente por eso, y especialmente por ello, las instituciones vamos a trabajar por que hoy comience un nuevo tiempo.
La desaparición de ETA, su disolución unilateral, efectiva y definitiva, era una exigencia de nuestras instituciones y nuestras sociedades reclamada desde hace mucho tiempo. La acción terrorista de ETA ha causado un dolor y una pérdida irreparables a miles y miles de personas, víctimas de una violencia injusta e injustificable. ETA nunca debió existir porque nunca nadie debió creer que podía tomar las armas para atacar a otras personas en la supuesta defensa de una idea o proyecto, para pretender suplantar la legítima expresión de soberanía emanada del pueblo. (klik egin-ver más)
Una declaración solemne pero llena de falsedades y medias verdades. No olvidemos que el propio pacto de ajuriaenea decía cosas muy sensatas que no se cumplen como “todo es posible sin violencia”. No estaría mal que para empezar a hacerla creíble -la declaración- cada lehendakari se pasara por las casas cuartel del GC, las comisarías de policía, las bases militares, las delegaciones del gobierno, las sedes de los partidos que han gobernado el Estado, los medios de comunicación que han defendido y ocultado el terror del Estado, de cada una de sus comunidades autónomas respectivas y les leyeran la cartilla sobre las responsabilidades en el terror del Estado y el no reconocimiento ni resarcimiento de las víctimas de tal terror. Un terror que como acontece con el caso de “la manada” no se puede llamar terrorismo como no se ha llamado violación, sino “ABUSO” . No veremos tal cosa porque a pesar de lo que dicen los lehendakaris vascos, la Paz y la Verdad no merece tantos sacrificios y no están dispuesto a corren riesgo alguno por dicha Paz y dicha Verdad. ¿Qué apostamos?
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