Ya no es solo un grito, una pancarta. Es la sentencia, la definitiva, la del Tribunal Supremo. No es jolgorio. No es abuso sexual. Es una violación. Literalmente. Así de crudo lo ven los magistrados en los que vino a morir el caso de La Manada. Ni siquiera usan el término jurídico agresión sexual. Atrás queda el ambiente de regocijo en el que se recreaba el voto discrepante del primer fallo judicial, el mismo que hizo que se llenaran las calles. La mecha no la prendió solo la pena impuesta inicialmente, considerada ahora escasa, el fuego lo avivaron también aquellas palabras que vestían los hechos de divertimento, de travesura típica del San Fermín, de episodio banal y pasajero. La sentencia del Supremo ayuda a cuestionar la clásica atribución de papeles: un depredador (como lobo solitario o en manada) que no puede escapar a su impulso de saciar el hambre y la gacela que debe permanecer en el grupo o atenerse a las consecuencias si se queda sola entre las hienas. Porque, aunque a veces la vida sea salvaje, ir de caza no sale gratis. La decisión de los magistrados marca un camino que avanza en sentido contrario del habitual «te lo has buscado», que se aleja del «tendrías que haberte defendido con uñas y dientes», que niega aquello de que «vas provocando», que les dice a las víctimas que no están obligadas a jugarse la vida, que nos recuerda a todos en qué consiste el miedo y que tiene presente que los tribunales nunca deben considerar que está en nuestra naturaleza ser rana o escorpión. El fallo sirve para ajustar una brújula que tiembla demasiado, aquí y en otros lugares, a pesar de todo lo que se ha avanzado. Existen sentencias suficientes para editar la enciclopedia de la infamia (y no es necesario grandes viajes en el tiempo). Algunas criminalizan a la mujer violada porque estaba borracha o drogada. Otras rebajan la responsabilidad del agresor porque forzó a una niña que no se resistió de forma evidente (con luz y taquígrafos). Y las hay señalan como culpable a la denunciante simplemente por tener la lengua muy larga y la falda muy corta, que diría Sabina. Pero esta del Supremo le saca los colores a muchas de las anteriores. Porque le ha devuelto la condición de piara a esos que se creen manada.
Mariluz Ferreiro, en La Voz de Asturias
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