Según Weber, el poder patrimonial se caracterizaba por la amplia esfera de arbitrariedad que se atribuía a quien lo ejercía. El alcance de este poder dependía al menos de dos factores. La fuerza y el “temor militar” que el monarca fuera capaz de generar, y el aparato administrativo que tuviera detrás. Pero había algo más. Para Weber, la dominación patrimonial del Rey radicaba en su autoridad doméstica. Es decir, era, además de patrimonial, patriarcal. La función de la familia del monarca era dar cobertura organizada a sus necesidades sexuales y económicas para facilitar su dominación. El Rey, así, podía exigir la complacencia de su familia. Pero también de sus súbditos, el resto de miembros libres de la sociedad que, sin pertenecer a su familia, se encontraban bajo su dominio político. Con una salvedad. Solo podía esperar su conformidad en “circunstancias socialmente favorables”.
Gerardo Pisarello, en ara.cat
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