Anders Tegnell ya sabe que una de sus previsiones no se ha cumplido. El principal consejero científico del Gobierno sueco calculaba a principios de mayo que un 40% de los habitantes de Estocolmo habría desarrollado inmunidad ante la COVID-19 para finales de mes. Los estudios de seroprevalencia realizados en varios países indican que ningún país ha alcanzado ese umbral, ni siquiera los más castigados por el coronavirus.
La idea de inmunidad de grupo era uno de los puntos con los que se justificaba la decisión de Suecia de rechazar las medidas drásticas de confinamiento adoptadas en Europa Occidental, incluidos los otros países escandinavos. Los colegios no se cerraron, sí las universidades. Las prohibiciones habituales en Europa eran sólo recomendaciones, en general respetadas por la población. Tegnell estaba convencido de que el tiempo le daría la razón, lo que no ha ocurrido hasta ahora. "En otoño, habrá una segunda oleada. Suecia tendrá un alto nivel de inmunidad y el número de casos será probablemente bastante bajo. Pero Finlandia tendrá un muy bajo nivel de inmunidad. ¿Volverá Finlandia a decretar un confinamiento total?", dijo al FT.
Nadie sabe lo que ocurrirá después del verano, pero las posibilidades de una segunda oleada son altas. Lo que sí se conoce es lo que ha ocurrido hasta ahora y ahí es evidente el precio que ha pagado Suecia. El país ha sufrido 3.698 muertes por el coronavirus, 365 por millón de habitantes, un nivel no muy inferior al de Francia y muy superior al de Estados Unidos. Es en la comparación con sus vecinos, que sí promovieron el confinamiento, donde Suecia sale peor parada. Noruega ha tenido 232 muertes (43 por millón de habitantes). Dinamarca, 547 (94 por millón). Finlandia, 298 (54 por millón).
En otras palabras, los suecos podrían preguntarse si 3.000 de sus compatriotas podrían estar vivos hoy si las decisiones del Gobierno hubieran sido otras. Es una incógnita que existe en todos los países.
Iñigo Sáenz de Ugarte, en eldiario.es