Estas reflexiones me han venido a la cabeza tras la aprobación, en el Congreso de los Diputados, de la Ley de Eutanasia; y me vinieron en marzo, cuando en el Parlamento de Navarra presentaba una moción sobre este mismo asunto que me hizo aflorar muchos recuerdos personales y profesionales.
El primero en el tiempo es la muerte de mi padre, fallecido en 1982, después de un año aciago en el que, inmisericordemente, su cuerpo se fue derrumbando, y sus neuronas claudicando. Entró en un coma que duró una semana; y, cuando su corazón dejó de latir fuimos echados de la habitación por un médico que arrastraba un carro de paradas. Tras varios minutos de intervención, salió muy compungido para decir que habían hecho todo lo posible. Recién acabada la carrera de Medicina, tardé mucho tiempo en entender por qué se me había quedado un sabor tan amargo de ese día. (klik egin-ver más)
Ana Ansa, parlamentaria de Geroa Bai
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