Nada en el libro se te hacía desconocido. En cada página contrastabas tus trabajos y entretenimientos con los de ellos con una sonrisa, pese a la dureza de aquellos tiempos.
A los pocos días ingresabas en el Hospital. Fueron cuatro días duros, acompañándote hasta tu muerte y no se los desearía a nadie, pero tampoco los olvidaré por nada en el mundo. Pues son míos.
Y aprendí mucho sobre quién soy, sobre quién era mi padre, sobre lo qué significa perder algo que nunca pensaste que perderías. Y por último, lo qué significa tener que soportarlo.
Por eso quiero recordar tu buen humor, pese a todo. Todavía te escucho cantar cuando suena una ranchera. Y qué decir si veo una mesa de mus… Pero por desgracia hace ya un año que te escuchamos echar, ya medio inconsciente, tú último órdago.
¡Ojalá hayas encontrado, allá donde estés, una buena mesa de mus!
Tu hija Palmira (en La Voz de la Merindad)
No hay comentarios:
Publicar un comentario