El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, se marcha. De Euskadi, y de las quinielas para alcanzar puestos de responsabilidad en la Iglesia española. En una jugada que muy pocos obispos españoles conocían, el Papa ha nombrado a Munilla obispo de Orihuela-Alicante, alejándole de la posibilidad de convertirse en arzobispo de Pamplona (cabeza de la provincia eclesiástica vasca) o de entrar en otras ternas para liderar los arzobispados de Valencia, Santiago o Valladolid. Un 'destierro' honroso (algunas fuentes llegaron a colocar al obispo en Ciudad Rodrigo o Calahorra), pero que deja a las claras que, al menos mientras Bergoglio sea Papa, las posibilidades de promoción del polémico prelado –y de compañeros de fatigas ultracatólicas como Jesús Sanz (Oviedo), Demetrio Fernández (Córdoba) o Juan Antonio Reig (Alcalá de Henares)– son nulas.
Mal que le pese al otrora factótum de la Iglesia española, el cardenal Antonio María Rouco Varela. No obstante, su edad (tiene 59 años) hace pensar que aún le queda alguna bola extra por jugar, aunque esta sea esperar a la muerte o renuncia de Francisco. El movimiento tiene otra derivada no menos importante para la geopolítica eclesial: una renovación en la Iglesia vasca, que ya comenzó con la marcha de Mario Iceta de Bilbao y tendrá continuidad a comienzos del año próximo con el relevo del arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez. El nuevo obispo vizcaíno, Joseba Segura, mucho más moderado, y el sucesor de Munilla, a buen seguro, marcarán el fin de una conservadora era en la Iglesia vasca. (klik egin-ver más)
Jesús Bastante, en eldiario.es
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