Roberto comenzó a jugar a fútbol en el Oberena, club con fama de sacar buenos futbolistas, como por ejemplo Marañón. De allí pasó a las inferiores de Osasuna y después de una cesión al Lleida se afianzó en el primer equipo a mediados de los ochenta. Con sus reflejos y sus habilidades felinas, se afianzó en el marco pamplonica hasta llegar a ser el portero que más minutos disputó en Primera con Osasuna. Una leyenda rojilla, a la que no le gustaba el protagonismo, y un carácter introvertido que provocó que no tuviera el reconocimiento que merecía. Pero, Roberto era un porterazo, lleno de valentía, al que también le recordamos por los 25 puntos de sutura que le provocaron los tacos del defensa Spasic tras un choque en Tenerife. Salió del campo andando, con el rostro ensangrentado, gajes del oficio.
Y salió de Osasuna en 1995 para jugar en el Málaga, entonces en Segunda B. Su sobrino, con el que comparte nombre y apellido, heredó sus guantes y, tras pasar por varios equipos buenos, emula los grandes días de Roberto como portero del Amorebieta. Los porteros tienen que convivir con las goleadas en contra, a todos les ha pasado alguna vez, a Roberto le pasó en el Molinón aquel 16 de enero en que terminó cubierto de barro, pero siguió siendo un grande.
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