La semana de la llegada de la extrema derecha a las instituciones deja muchas preguntas en el aire. La más interesante de ellas es ¿qué carajo le pasa a la izquierda? Tal vez lo único que le pasa, aunque siempre se la acuse de lo contrario, es su amor por las tradiciones.

La tercera tradición de la izquierda es la de no reconocer al otro que dice serlo. ¿Cómo se va a poner la izquierda de acuerdo en unos mínimos si no se aclara sobre quién lo es? Ahora la derecha pagará la fragmentación del voto, predijeron algunos al ver por primera vez en el lado diestro más partidos que a la izquierda y no habían acabado sus predicciones cuando la escena de PP, Ciudadanos y Vox fundiéndose en un abrazo fraternal y exitoso le daba la vuelta al mundo.
Quizá la izquierda, políticos, militantes y simpatizantes, debería probar un cambio de estrategia: mandar a la mierda las tradiciones. Quizá la izquierda necesita dejar de lado la épica para enamorarse de lo efectivo. Aceptar que no se acerca uno a la urna para cambiar el mundo, sino para que no le cierren el ambulatorio del barrio. Aceptar que esto no va de sueños sino de –hay tanto que aprender de la derecha– aburrida realidad. Quizá los lemas electorales de la izquierda no deberían de, nunca, ir más allá de “recuerda levantarte de la cama el domingo”. Quizá la izquierda debería perderse menos en pajas autorreferenciales y debatir sobre la sociedad, esa cosa fea y con aristas que no siempre se mueve a golpe de ética ni de sueños. Y quizá la izquierda tendría que enterrar de una vez esa tradición que la lleva a sentirse mejor cuanto más pura sea, es decir, cuanto menos útil sea. Ponerse objetivos realistas –no los hay, no hay norte– que se cumplan a medio plazo y dirigirse hacia ellos, sin guerras internas y egos. Sería una buena forma de empezar.
Gerardo Tecé, en ctxt.es