Acaba de terminar la multitudinaria manifestación de Donostia, en la que hemos participado con cierta incomodidad, a decir verdad. Por las diferencias ideológicas, incluso éticas, con bastantes de los que estaban. Porque los numerosos gritos ajenos al motivo de la convocatoria eran clara muestra de que ésta no era la respuesta unitaria y consensuada que algunos sectores pedían. Incluso por no poder evitar el recelo de poder ser quizá utilizados para una estrategia de reforzamiento de las posiciones del polo soberanista en ciernes, en perversa tenaza con el PSOE. Con la misma preocupación de tantas otras veces por la dificultad de fijar en este país los límites de la coherencia política.
Pero no estar suponía que te cuenten entre los que no están para poder decir que se impuso la Ley de Partidos y no se cayó el mundo, que a resultas de esa operación de ingeniería política están ahora en el Gobierno Vasco los que que acuden a grotescos desfiles militares en representación de las instituciones vascas, como signo de normalidad. Y que ante todo eso no hay reacción, ni oposición, ni revuelta ciudadana.
Porque quienes llevamos tiempo pidiendo a la izquierda abertzale que asuma con todas las consecuencias la declaración de Anoeta de 2004 podemos ser muy escépticos sobre el futuro de las presuntas gestiones que estaban realizando los detenidos pero mucho peor es acabar de manera traumática con esos hilos de esperanza. Y porque en ningún caso hacer política puede ser motivo de privación de libertad sin incurrir en un despropósito jurídico y un atropello a los más elementales derechos cívicos.
Porque no nos deja indiferentes la actuación de jueces al servicio del poder político y de políticos sin escrúpulos que no dudan en restringir las libertades si eso les sirve para sus objetivos partidistas. Porque no estamos dispuestos a comulgar con esa doctrina de que todo el entorno de la izquierda abertzale es ETA, entre otras cosas porque nadie sabe yendo por ahí dónde se acaba. Por eso, con incomodidad pero con dignidad hemos atravesado hoy Donostia desde Ondarreta hasta el Boulevard.
Pero no estar suponía que te cuenten entre los que no están para poder decir que se impuso la Ley de Partidos y no se cayó el mundo, que a resultas de esa operación de ingeniería política están ahora en el Gobierno Vasco los que que acuden a grotescos desfiles militares en representación de las instituciones vascas, como signo de normalidad. Y que ante todo eso no hay reacción, ni oposición, ni revuelta ciudadana.
Porque quienes llevamos tiempo pidiendo a la izquierda abertzale que asuma con todas las consecuencias la declaración de Anoeta de 2004 podemos ser muy escépticos sobre el futuro de las presuntas gestiones que estaban realizando los detenidos pero mucho peor es acabar de manera traumática con esos hilos de esperanza. Y porque en ningún caso hacer política puede ser motivo de privación de libertad sin incurrir en un despropósito jurídico y un atropello a los más elementales derechos cívicos.
Porque no nos deja indiferentes la actuación de jueces al servicio del poder político y de políticos sin escrúpulos que no dudan en restringir las libertades si eso les sirve para sus objetivos partidistas. Porque no estamos dispuestos a comulgar con esa doctrina de que todo el entorno de la izquierda abertzale es ETA, entre otras cosas porque nadie sabe yendo por ahí dónde se acaba. Por eso, con incomodidad pero con dignidad hemos atravesado hoy Donostia desde Ondarreta hasta el Boulevard.
Praxku