lunes, 12 de noviembre de 2018

SANTIAGO ABASCAL Y CIERRA ESPAÑA

El presidente francés, Emmanuel Macron, volvió a insistir ayer en que el nacionalismo y el patriotismo no sólo son muy distintos sino que una cosa es exactamente la contraria de la otra. Fue un cambalache conceptual -algo así como explicar la diferencia entre un paraguas y una sombrilla- que realizó ante 70 jefes de Estado que conmemoraban el centenario del Armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, una multitudinaria matanza que duró más de cuatro años y en la que perdieron la vida entre nueve y diez millones de personas.
“Perder la vida”, como si te la hubieras dejado olvidada en un autobús, es un eufemismo muy bonito para resumir la agonía de morir con las tripas reventadas de un tiro, el pecho atravesado por una bayoneta, los miembros amputados por la gangrena o los pulmones hechos sopa por el gas mostaza. Esos nueve o diez millones de soldados murieron todos y cada uno de ellos defendiendo una bandera exactamente igual a la que ondeaba detrás de los muy dignos mandatarios que escuchaban a Macron. Es decir, fallecieron de una enfermedad mortal llamada patriotismo, pero no de nacionalismo, que es otra enfermedad distinta y en ningún caso digna de elogio.    (klik egin-ver más)
David Torres, en Público

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