
“Perder la vida”, como si te la hubieras dejado olvidada en un autobús, es un eufemismo muy bonito para resumir la agonía de morir con las tripas reventadas de un tiro, el pecho atravesado por una bayoneta, los miembros amputados por la gangrena o los pulmones hechos sopa por el gas mostaza. Esos nueve o diez millones de soldados murieron todos y cada uno de ellos defendiendo una bandera exactamente igual a la que ondeaba detrás de los muy dignos mandatarios que escuchaban a Macron. Es decir, fallecieron de una enfermedad mortal llamada patriotismo, pero no de nacionalismo, que es otra enfermedad distinta y en ningún caso digna de elogio. (klik egin-ver más)
David Torres, en Público
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