Paraguay es desde su independencia en 1811 parte de esa geografía de páramos
autoritarios, dominado desde siempre por la figura del doctor José Gaspar
Rodríguez, de Francia y Velasco, Supremo Dictador Perpetuo de la República, el
célebre doctor Francia. El siempre poderoso Karaí Guazú, como se le llamaba en
guaraní. En su novela Yo el Supremo, Augusto Roa Bastos lo ve como la
gran sombra patriarcal que no termina de disolverse en la historia aunque pasen
los años desde su muerte, cabalgando por las calles desiertas, frente a las
casas cerradas a piedra y lodo, “bajo el enorme tricornio, todo él envuelto en
la capa negra de forro colorado, de la que solo emergían las medias blancas y
los zapatos de charol con hebillas de oro, trabados en los estribos de
plata”.
El doctor Francia había convertido al Paraguay en un sepulcro cerrado para
quienes vivían en su territorio, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero
también sin enemigos del Estado, hacinados en los calabozos, o en los
cementerios. Lo sucedió en el poder perpetuo su sobrino Carlos Antonio López.
Tras su muerte en 1862, ese poder pasó a manos de su hijo, Francisco Solano
López, disoluto aficionado a las faldas, premiado por su padre con las insignias
de brigadier a los 18 años de edad, y elevado por sí mismo a mariscal. (klik egin-ver más)
Sergio Ramírez, escritor y ex-vicepresidente de Nicaragua, en laprensa.com
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