
Éramos tan monos, tan simpáticos, cuando recibíamos los palos de la policía, levantando las manos, sentados en las plazas. Éramos tan comprensibles cuando todo lo que oponíamos a su violencia, su puñetera violencia económica, cotidiana y bestial, era nuestra presencia en silencio, que ahora que sencillamente nos acercamos a decirles
No permitiremos que usted siga condenándonos, ahora ese gesto básico les parece un acto poco menos que terrorista.
Kale borroka, dicen;
acoso fascista, dicen.
Hay que ver los pobres hijos del ministro, dicen los que no dijeron nada con los miles y miles de pobres hijos que empezaron hace meses su deambular por casas de abuelos, de amigos, de prestado, casas ocupadas, patadas a las puertas, viajes inciertos. Esos miles, quizás cientos de miles de hijos no han merecido palabra de los que ahora denuncian acoso, violencia, ¡qué horror!
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Cristina Fallarás, en Zona Crítica
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