
La importante pérdida de apoyo popular en las últimas elecciones municipales hizo que François Hollande prescindiera de su primer ministro, Jean-Marc Ayrault, y lo apostara todo a su ministro de Interior, Manuel Valls. Aunque con una sólida experiencia y largos años de trabajo parlamentario, Ayrault resultaba tedioso y le faltaba carisma. A Valls no le faltan ni la ambición ni la hiperactividad, no en vano ha sido bautizado como el «
Sarkozy de izquierda». Pero si se repasa su trayectoria, tanto en lo social como en sus posiciones a las demandas específicas de Euskal Herria, tanto su perfil de izquierda como su dinamismo para amoldarse a los nuevos tiempos y exigencias han brillado por su ausencia. Situado en el ala más neoliberal del socialismo francés y representando al jacobinismo más extremo, el anuncio de sus planes de gobierno ha sido claro en relación a lo que está por venir. Más centralización, más injerencia directa de París sobre los departamentos y naciones; en definitiva, nada bueno en el horizonte.
Valls simboliza a los enemigos de la paz. Acérrimo adversario del reconocimiento institucional de Ipar Euskal Herria, contrario a una participación positiva del Estado francés en el proceso de paz y normalización política de Euskal Herria, su designación no es una buena noticia, no augura nada bueno. O, quizá, sí. Clarifica el panorama y deja a la vista lo que se tendrá en frente.
GARA
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