
Si nuestros padres y abuelos podían apostar cómo serían sus vidas a veinte o treinta años vista, hoy pocos se jugarían un café sobre qué estarán haciendo el año que viene. Hay quien lo ve por el lado positivo: vivir muchas vidas frente a la aburrida previsibilidad de antaño; ser tu propio jefe aunque no haya sueldo ni beneficio; ser joven para siempre, precariamente joven. Para otros, muchos, el lado gris: no saber si el próximo mes pagarás el alquiler, temer que llegue septiembre con los gastos escolares, dudar que queden pensiones cuando seas viejo. (klik egin-ver más)
Isaac Rosa, en Público
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