
En aquel papel que temblaba al compás del llanto Luis Pérez narró a la muchedumbre que en el panteón que habían construido con sus manos iban a introducir cinco féretros. En dos ataúdes, señaló, estaban los 13 fusilados en Zaragoza después de ser obligados a alistarse en el Tercio de Sanjurjo y mal enterrados en el cementerio de Torrero junto otros 200 navarros. Fueron de los primeros en recuperar aunque fuera simbólicamente, porque era imposible saber en aquella maraña de restos quién era quién ni de qué pueblo, así que los familiares que con pico y pala abrieron una zanjan de 250 metros se trajeron en un saco unos esqueletos que luego marcaron con boli en una hoja con el nombre de “Zaragoza.
Lo mismo ocurrió en los funerales de otros pueblos. No eran tiempos de adeenes, forenses ni exhumaciones científicas. Tampoco importaba mucho y la fraternidad en la desgracia hizo de todos uno, sin distinción, sin apellidos ni nombres en los huesos, auque los tenían. (Pedro Ansa Induráin, Gregorio y Román Armendáriz Yabar, Juan Casanova Pérez, Román Díaz Iriarte, Victorino Elrío Olcoz, Francisco Gabari Viela, Sebastián Izuriaga Baigorri, Casián Medrano Leoz, Ángel Rodríguez Jiménez, Félix Tanco Suescun, Anastasio Sesma Lator y Félix Zulaica Vélez). (klik egin-ver más)
El Olitense
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