Rosa Armendáriz y Pilar Sáez de Albéniz han estado más de dos décadas investigando y excavando el yacimiento de Santa Criz de Eslava, movidas por la pasión de un amor sincero. Lo hicieron cuando nadie apostaba por el lugar, cuando nadie más creía que aquél pedregoso cerro ocultase una de las más monumentales ciudades romanas del norte peninsular. El tiempo, no obstante, acabó dándoles la razón. Pero hace dos años que el trabajo de toda su vida les fue arrebatado. A traición, con premeditación y con alevosía. Esta es su historia.
Cuando la arqueóloga tafallesa Rosa Armendáriz me hablaba del momento en el que hallaron el primer capitel corintio en Santa Criz, su cara cambiaba. Reflejaba emoción, intensidad. Pasión. Mostraba un cúmulo de sentimientos que no se pueden describir si no se viven. Es lo que les ocurre a quienes aman la Historia: el hecho de entrar en contacto con ella les produce un hormigueo especial en la boca del estómago. No le ocurre a todo el mundo, claro está, solo a los más apasionados.
Y Rosa sin duda lo es. En su caso, Santa Criz se le manifiesta por lazos de sangre: su bisabuelo era vecino de Eslava, y uno de sus cuñados también.
Desde siempre había tenido noción de la gran cantidad de restos que habían ido apareciendo en los campos circundantes de la localidad.
Años después, mientras estudiaba la carrera de Historia, realizó un trabajo sobre Santa Criz que la ligará al terreno para toda su vida profesional. Fue el primer flechazo.
(Puedes leer el reportaje completo en la revista de La Voz de la Merindad del 15 de noviembre de 2019).
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