Los empresarios están en su papel, vale. No es ninguna sorpresa que quieran abaratar el despido. Pero este racaraca de pedirlo todos los días no parece la mejor estrategia para conseguirlo. Más bien al contrario: lo único que logran es poner a la defensiva a los sindicatos, y hacer al gobierno prisionero de sus propias palabras, obligado a prometer mil veces que no habrá reforma. Para colmo, recurren a apoyos tan simpáticos a ojos de los trabajadores como Aznar y Aguirre. Sólo falta que los obispos pidan también el despido barato, para que el rechazo social sea aún mayor.
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Isaac Rosa (en Público)
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