Miguel Sanz ha comparecido en el Parlamento para apoyar la “fusión fría” de Caja Navarra con algunas entidades bancarias de segunda división. La más importante de ellas, Caja Burgos, generó pérdidas en el último trimestre del año pasado, al igual que un tercio de las cajas de todo el Estado que se han visto arrastradas por una morosidad al alza y balances deteriorados en inversiones inmobiliarias que no tienen venta. Los bancos acopian hoy casi más pisos que clientes.
Tan negro está el panorama que el Banco de España empuja con fuerza para que las sociedades crediticias se unan como sea. No importa si están en la otra punta del planeta, en Iruña o Las Palmas, tengan perfil similar sus clientes o la cultura empresarial de cada ámbito sea afín. Por eso es mejor la alianza con Segovia, Ávila, Burgos y Canarias, que aboca a la banca social navarra a situarse en el pelotón de los torpes en unos tiempos en los que los pies desnudos caminan sobre cristales. Si el problema financiero es serio, la unión tiene que ser valiente, con los mejores y los inmediatos.
Sanz ha dicho que, personalmente, no va a buscar retiro en la nueva banca cívica. Ha insistido en que pretende “despolitizar” un negocio que en esencia nació con una naturaleza social impulsada, no lo olvidemos, por la propia Diputación de Navarra. Se trata de una operación arriesgada, demasiado peligrosa si encadena a Caja Navarra a los riesgos que comprometen otros socios endebles. La iniciativa es, de momento, oscura y el dinero miedoso por naturaleza. Los experimentos, con gaseosica.
Beltrán Gárriz
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