
Yo ignoro cómo se compagina la condena de la barretina con la reivindicación de la mantilla, cómo se descojona uno de la txapela mientras aboga por esas botas camperas, coloniales, junto a un caballo. Tampoco sé cómo se lleva lo de troncharse porque alguien periférico jura su cargo ante un árbol al tiempo que se recupera el brindis de los Tercios de Flandes, esa pieza de deep house;cómo encajan en el mismo coco el discurso que desprecia los fueros y el que resucita la Reconquista;cómo se acuesta uno invocando la fuerza igualadora de interné, el vigor del inglés y la universalidad de Netflix, y se levanta convirtiendo la caza, el bombero torero y los churros en iconos identitarios necesitados de protección gubernativa.
Vuelve la pulserita, sí, y mientras no empuje me parece bien. En primer lugar, porque el paisanaje tiene derecho a lucir lo que le plazca. Y, en segundo, porque así quizá salga del armario la tribu de cosmopaletos, esa peña resabiada para la que el aurresku es una boronada y dar saltitos con los masai, en cambio, una experiencia auténtica y global. Ahora dicen ser patriotas, abertzales en castellano. O sea, con pedigrí y, sobre todo, con permiso.
Xabi Larrañga, en Noticias de Gipuzkoa
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