viernes, 11 de enero de 2019

RUTA DE ESCLAVOS

Un paseante le dijo que había encontrado  las ruinas de un caserío entre las zarzas, a diez minutos ladera arriba, en Jaizkibel. Mikel Salaberría le respondió que eso era imposible; él tiene 86 años, nació en la casa Martizkone de Lezo, conoce cada centímetro de este monte y allá arriba nunca vivió nadie. Cuando el paseante le explicó con detalle la situación de las ruinas, Salaberría cayó en la cuenta: "¡ah, no, aquello fue el campamento de los presos".

Entre la maleza quedaban restos de almacenes, establos, dormitorios de soldados y un par de largos barracones en los que se hacinaban hasta cuatrocientos presos en cada uno. Los recuperaron en 2016, cuando la asociación Etxetxo, de Lezo, despejó las ruinas y divulgó esta historia negra que casi nadie conocía. Salaberría, sí: él de niño veía pasar a aquellos republicanos obligados a construir la carretera de Jaizkibel, conducidos a golpes por los mandos franquistas, hundidos en el hambre, el frío y el agotamiento. Y veía a aquel cabo, más bajo que su mosquetón pero muy malo, ¡muy malo!, que mató de un tiro a un preso, en el camino. Si se fugaba uno, fusilaban a diez.

La carretera de Jaizkibel es absurda. Nadie la usa para ir rápido de un punto a otro, pero muchos vamos a pasearla: sube y baja por una montaña despoblada, apenas circulan coches, la panorámica impresiona. La construyeron por un criterio militar -querían un acceso al fuerte de Guadalupe desde el oeste- y porque disponían de miles de presos a los que castigar y reeducar en la obediencia. Es el mismo caso que Pikoketa, Arkale y Aritxulegi: son nuestras mejores carreteras para andar en bici, solitarias, serpenteantes, son las mejores carreteras porque las construyeron los esclavos. Les debemos, mínimo, la memoria.
Ander Izagirre, en El Diario Vasco

No hay comentarios:

Publicar un comentario