
No importa si venden perfumes o ropa de colores desiguales, al pasar por delante de sus enormes puertas abiertas de par en par a la calle recibes una seductora caricia de aire frío que te invita a pasar dentro, aunque no tengas ninguna intención de comprar.
En el caso de las grandes cadenas de perfumerías franquiciadas, y a pesar de que la recargada mezcla de fragancias resulte insoportable, la verdad es que da gusto deambular un ratito entre las estanterías con la mirada perdida, esquivando dependientes. Porque lo que hace en su interior no es fresquito, sino directamente frío, mucho frío. (klik egin-ver más)
José Luis Gallego, en eldiario.es