Las calles de mi pueblo son estrechas y sinuosas. Atravesadas por escondidas callejuelas, que ocultan las aventuras vividas o soñadas. Ellas, mantienen a raya el tórrido sol de agosto y nos proveen del necesario fresco. Son la engalanada novia del banquete festivo. Las vecinas las adornan con banderines de mil colores, los balcones lucen sus floridos geranios rojos, blancos, morados, rosas… Arco iris de mil colores hecho vida en cada una de ellas, que nos permite iluminar sus fachadas maltrechas por el paso del tiempo, la desidia y el abandono.
Pero es la plaza el corazón, el alma, el sentir de la fiesta. Robusta y señorial, bordeada de un acogedor pórtico, encuadra sus paredes con hermosas casas solariegas. Frente a la Casa Municipal, sus farolas modernistas vigilan el sagrado lugar donde descansan los gigantes. Es la plaza, lugar de encuentro que despierta cada mañana, rebosante de alegría, al son de las dianas. (klik egin-ver más)
Mariné Pueyo, en su página de Facebook