Al cerrar ETA la puerta se ha acabado un problema, no así los problemas. En la habitación veremos una larga herencia de personas víctimas -que lo fueron por decisión ajena- y de personas presas -que ya no son lo que fueron ni existe el colectivo al que obedecían- y un sinfín de dolores, fracturas, fracasos e ilusiones colectivas que requieren cuidados distintos.
La noticia de la disolución de ETA -fechada el 16 de abril, filtrada el 2 de mayo y escenificable como ritual de cambio de estado el día 4- ha sido largamente esperada como despedida definitiva y total. Un certificado final para un gran alivio. Por allí pasaron distintas generaciones de militancias que han rozado o tocado a la mayor parte de las familias vascas y afectado a todas, dentro de esa onda larga de 60 años de violencia que buscaba objetivos que se querían liberadores. Con el Rubicón del antes y después de 1979, entre la dictadura y la democracia demediada que vino, ETA ha tenido significados sociales distintos (defensivo versus ofensivo, comprendido versus repudiado…).
Esa despedida que comenzaba en 2011, se ha ido desgranando de forma exasperantemente lenta, a cuentagotas, pero con el mérito de ser unilateral, ordenada, sin herederos conocidos, mirando al futuro, con vocación reconciliadora, con cambio previo de estrategia de la corriente en la que se inscribía y arropada por las fuerzas vivas de norte y sur de Euskal Herria. Tiempo de esperanza….. A esa gran noticia le acompaña, sin embargo, mucho ruido sobre cuestiones colaterales y también mucha indiferencia, como temática tenida por amortizada sobre la que aún no somos plenamente conscientes. (klik egin-ver más)
Ramón Zallo, en Viento Sur