Bardena suena a cierzo en invierno y a sol a plomo en verano. A caracteres moldeados como hace el viento con su paisaje. A cabezos y cárcavas. A sudor y vida dura. Al menos, eso era lo que creíamos. El secreto mejor guardado de la era UPN no eran ni los 108 euros el metro cuadrado de Oncineda (Estella) ni el canal que acabó descanalizando un tal Javier Esparza. El secreto mejor guardado era que la Bardena, ese terreno recio y áspero, intratable e inhabitable, era en realidad una fiesta. Una fiesta privada. Cómo nos comían estos chavales de la Junta de Bardenas. Qué aguinaldos se nos repartían. Qué regalos se nos hacían. Qué cestas de Navidad se nos enviaban. Cómo se nos divertían en las capeas. Y sobre todo, cómo nos viajaban. Hoy a Senegal. Mañana a Costa Rica. Y pasado a Egipto, que las pirámides son como Castildeterra, y Luxor como el vedado de Eguaras. Y no iban dos y punto, el político y el técnico. De hecho al técnico lo dejaban en casita. Era el político el que se calzaba las chancletas, se vestía las bermudas, se colocaba las gafas de sol y la visera, y tomaba el charter. Y con el político, otro político, y con ese otro más, y otro más, y su familia, y el vecino, y la abuela, y el primo de Ejea. Así hasta 29, o 34. O los que hicieran falta. “Si tenemos que viajar, viajaremos todos, porque somos una familia muy grande”, aclara Agramonte, actual presidente de la entidad. Qué bonito. Los valores familiares, siempre los primeros para UPN, que diría Salvador (Carlos, por favor, un twit al respecto). La Bardena, nuestro desolado ribero. Tierra árida e inhóspita convertida en barra libre para unos pocos elegidos. Todo con los dineros del napalm y los F-17. El modelo de UPN. Ese del que no habló, hace dos semanas, cuando, sin pizca de vergüenza, clamaba por la Ribera en el Parlamento Foral.
Aingeru Epaltza, en Diario de Noticias