El domingo me acordé de Esparza, Beltrán y compañía al leer en este periódico el reportaje sobre la posverdad, esa distorsión de la realidad, cuando no pura mentira, con la que gente como Trump ha logrado revertir a su favor los miedos más primarios del votante. La competición entre UPN y PP por ver quién suelta la mayor es esperpéntica, pero no carece de público. Gente que, por ejemplo, cree realmente una “imposición” que el Gobierno de Navarra intente hacer efectivos unos derechos elementales negados hasta ahora, como son el de estudiar en el modelo lingüístico deseado independientemente de donde viva uno, o el de que los vascoparlantes pueden relacionarse en su lengua con la Administración foral. Las cuentas públicas no son el único terreno en el que la derecha, desalojada de nuestras instituciones, ha dejado tras de sí tierra calcinada. El cerco al que durante años ha sometido a la lengua vasca y sus hablantes y el sutil pero incesante bombardeo ideológico sobre la Navarra castellanófona, sin lograr todos sus objetivos, sí ha acabado haciendo mella en una parte nada desdeñable de la población. La violencia de ETA y el estéril maximalismo de una parte del mundo euskaltzale hizo el resto. Hoy en día, para bastantes de nuestros conciudadanos, el euskera es algo extraño y ajeno, cuando no directamente un artefacto dirigido contra sus intereses. Con esa realidad está teniendo que torear la política lingüística de un Gobierno de Navarra obligado a responder a las expectativas de quienes le votaron sin por ello provocar una reacción que contribuya a cavar su tumba. Le va a hacer falta inteligencia, mano izquierda, un buen discurso y vías para que éste cale. También la complicidad de esa gran parte de nuestra sociedad civil que quiere para el euskera un lugar mucho mejor que el que ocupa ahora.
Aingeru Epaltza, en Diario de Noticias