He vuelto a casa de mis padres unos días, es primavera y huele a azahar. Cada vez que vuelvo a Murcia el tiempo se para, o al menos es lo que a mí me parece, vuelvo al que era mi cuarto, convertido en cuarto de invitados con dos camas de noventa, lleno de cajas. Mi cuarto donde escuchaba música durante horas, me encerraba y bailaba con un cepillo como micrófono y soñaba con vampiros ha desaparecido, no queda nada de la niña y adolescente que fui en sus paredes, aunque la que entra por la puerta lejos de tener los 43 años, cada vez que llega al portal tiene diez aproximadamente.
Quiero y odio a partes iguales la ciudad que me ha visto crecer y de la que salgo corriendo pasadas un par de semanas cada mes; no es cobardía, ni una huída, es tomar aire y respirar para poder volver y seguir.
Creo que vivo una realidad que muchas familias viven a diario y es dramática sobre todo en estos tiempos pandémicos. Para nuestros mayores el tiempo se ha parado en seco, llevan un año encerrados en casa al principio por protección, después por miedo, mientras la crueldad del tiempo juega en su contra y nuestros gestores lejos de vacunar a todas horas, todos los días sin descanso, están jugando al Risk o creyendo que saben hacerlo. (klik egin-ver más)
Belén Unzurrunzaga, en La Opinión de Murcia