El apoderamiento por los Reyes Católicos de tierras además de las propias, en las Américas, Sicilia, Nápoles, Cerdeña, etc., con diferentes pretextos, no pudo evitar que los sucesivos e interesados matrimonios de sus descendientes, como el propio, más ambiciosos aún si cabe, sin contar para nada con el pueblo, generasen un conflicto de intereses llamada Guerra de Sucesión española, en la que lidiaban los legítimos herederos: Bourbon franceses (ahora Borbones españoles) o los Habsburgo del imperio germánico). Los británicos fueron postulados como artífices de la paz y el que parte y reparte… En el Tratado de Utrechtla la corona española cedió, para siempre, Gribaltar a los ingleses (artículo 10, 13 de julio de 1713). La britanicidad de Gibraltar es por tanto tan legítima como la españolidad de Ceuta, ciudad que perteneció a Portugal desde 1415 y después de una matrimonial, interesada y fugaz unión hispano-lusa, hubiera sido el imperio mayor jamás conocido. Tras la frustrada unión en 1640, España se quedó con Ceuta. Así que a lo hecho, pecho. Pero ha sido una pena que, en esa tan cacareada y provechosa gira, Felipe no le haya planteado a Isabel, de tú a tú, la devolución del peñón. Sin referéndum claro, que lo pierden. Mientras España se apropió de medio mundo, todo pareció bien y de niños nos enseñaron su grandeza. Ahora que no nos cuenten milongas.
José María Merino, en DEIA