No tengo ninguna duda de que las elecciones hondureñas han sido una lección de democracia. Vale, ya sé que se celebraron bajo un gobierno golpista, con el ejército asumiendo funciones de seguridad, el presidente sitiado en una embajada, y algunos medios de comunicación cerrados. Pero no dejemos que esas minucias empañen nuestro contento.
Es verdad que no hubo organismos internacionales que certificasen el proceso, pero la Internacional Derechista envió decenas de observadores para asegurar su limpieza. En la fiesta de la democracia en versión hondureña coincidieron ex presidentes derechistas de todo el continente, así como dirigentes empresariales, centros de estudios conservadores estadounidenses, y hasta opositores venezolanos. Y por supuesto representantes de los pocos países que reconocen al gobierno golpista.
El clamor democrático era tal que los observadores se emborrachaban de entusiasmo. No hay más que ver a nuestro eurodiputado Carlos Iturgáiz, que se pasó la jornada electoral lanzando proclamas contra el chavismo y a favor de las tesis golpistas. En su exhibición de imparcialidad sólo le faltó hacer cortes de manga y pedorretas tras cerrar los colegios.
El paripé ya está hecho, y los golpistas han alcanzado sus objetivos: apartar a Zelaya, frenar los intentos de reforma constitucional, y sacar al país del “eje del mal” americano. A cambio, no han tenido ni que guardar las formas restituyendo un ratito a Zelaya. Sólo les queda un último empujoncito para tener el reconocimiento internacional pleno. Con el aval norteamericano asegurado, y las ganas que la mayoría de países tienen de quitarse el marrón de encima, no creo que les cueste mucho. Y a otra cosa.
Isaac Rosa (Público)
Es verdad que no hubo organismos internacionales que certificasen el proceso, pero la Internacional Derechista envió decenas de observadores para asegurar su limpieza. En la fiesta de la democracia en versión hondureña coincidieron ex presidentes derechistas de todo el continente, así como dirigentes empresariales, centros de estudios conservadores estadounidenses, y hasta opositores venezolanos. Y por supuesto representantes de los pocos países que reconocen al gobierno golpista.
El clamor democrático era tal que los observadores se emborrachaban de entusiasmo. No hay más que ver a nuestro eurodiputado Carlos Iturgáiz, que se pasó la jornada electoral lanzando proclamas contra el chavismo y a favor de las tesis golpistas. En su exhibición de imparcialidad sólo le faltó hacer cortes de manga y pedorretas tras cerrar los colegios.
El paripé ya está hecho, y los golpistas han alcanzado sus objetivos: apartar a Zelaya, frenar los intentos de reforma constitucional, y sacar al país del “eje del mal” americano. A cambio, no han tenido ni que guardar las formas restituyendo un ratito a Zelaya. Sólo les queda un último empujoncito para tener el reconocimiento internacional pleno. Con el aval norteamericano asegurado, y las ganas que la mayoría de países tienen de quitarse el marrón de encima, no creo que les cueste mucho. Y a otra cosa.
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