De la peor manera imaginable se resolvió ayer el culebrón de la Diputación alavesa. Hacía tiempo que el voto constitucionalista no era minoritario en esa provincia. En la cámara 25 de 51, y más aún en la sociedad (44'67% de PP, PSE y UPyD frente al 46'76% de PNV, Bildu y Aralar). Todo hacía pensar que finalmente Ezker Batua emplearía sus dos decisivos votos para frenar la vuelta del PP a la máxima institución provincial. Que tendrían la suficiente altura de miras para entender que Euskadi no es Extemadura, que el PP emplea aquí todo su poder, el interno y el que le viene de fuera, para torpedear el proceso de normalización política. No contábamos con la voracidad de uno de sus dos sectores fieramente enfrentados por razones que desde la política no se aciertan a comprender. Tampoco podemos poner la mano en el fuego por la actitud del PNV, sabemos de su arrogancia. El caso es que tenemos que lamentar un fracaso final innecesario que se pagará durante cuatro años como mínimo y que se visualizará con la vuelta de los carteles que entre Ziordia y Egino nos anunciarán de nuevo que "entramos en el País Vasco". Oiremos también voces que jalean el desgarro fratricida y el posible hundimiento de Ezker Batua, rebautizada como "Ezker Saldua", sin reparar que en Euskadi existe y es saludable que existe un sentimiento interidentitario que sus electores, tan dignos como cualesquiera, consideran mejor defendido mediante esa opción electoral. Sin olvidar que la alianza que sostiene al Gobierno Vasco tendrá la Diputación alavesa, pero no tiene mayoría en las Juntas. Por eso, a pesar de la gravedad de la coyuntura, me permito hacer votos por la necesaria regeneración de Ezker Batua.
Praxku
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